sábado, 29 de septiembre de 2012

Instituto mental (Parte 4)

-Creo que no hay un silencio más incómodo que el que ocurre luego de un comentario accidental sobre un difunto. En el funeral de Cecilia, alguien dijo "Que seremos para las estrellas que viven una eternidad... un fósforo que se prende y se apaga". Sin mala intención, pero se dio aquel cese de voces tan común y a la vez tan... sepulcral. "Perdón", dijo luego.

Jorge despertó en el suelo de un pasillo oscuro y ancho. Unos pocos metros a su derecha había un ascensor automático con puertas plateadas. A su izquierda, una puerta con un cartel, imposible de leer debido a la oscuridad. Delante de él, el pasillo tenía unos 60 metros de largo. Había 3 puertas de cada lado, y una escalera al fondo a la izquierda. Detrás suyo, había otras dos puertas. Una azul con el dibujo de un hombre, y otra rosa con el dibujo de una mujer. Baños.

-Ya estuve acá.

Se incorporó y comenzó a caminar. Rápidamente sintió un leve mareo y un dolor intenso en la zona cervical. Se detuvo un momento y se masajeó el cuello. Por más que intentaba, no recordaba donde estaba exactamente ni en qué momento se había quedado dormido en el suelo.
Continuó caminando por el pasillo. El eco de sus pasos era el único sonido que se podía apreciar, y la única fuente de luz parecía venir de la última puerta de la derecha. Un débil destello anaranjado provenía del interior de aquel cuarto. Se dirigió lentamente hacia allí, intentando encontrar el origen de aquella luz.

- ... Shhh.

Jorge se paralizó, y algo tan primitivo como el miedo a la oscuridad surgió de sus entrañas. En ese momento supo que no estaba solo en aquel pasillo. Escuchó pasos detrás de él. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el último cuarto de la derecha.
Era una habitación amplia, con 4 camas de cada lado. Al fondo, una chimenea iluminaba levemente el cuarto. Se acercó lentamente al fuego, intentando tranquilizarse.

Nuevamente algo sonó detrás de él... un sonido metálico, como una moneda cayendo al suelo. Jorge tembló de miedo, y lentamente se dio vuelta. La puerta por la que había entrado momentos antes seguía abierta, pero no había nadie allí parado.
La tercera cama de la izquierda, contando desde la puerta, estaba ocupada. Se acercó y se sorprendió de verse a si mismo durmiendo en ella.

Una sombra se reflejo en la pared, como si alguien hubiese pasado caminando junto al fuego. Giró sobre sus talones.... Nadie. Volvió a mirar hacia la cama.... y allí estaba.
Parada junto a su cuerpo dormido, Cecilia lo observó fijamente, con una mirada que denotaba odio. Su piel estaba quemada. No tenía pelo. El labio superior dejaba entrever unos dientes amarillentos. Pero no había duda que era ella. Cecilia levantó uno de sus brazos calcinados, y golpeó con fuerza el cuerpo dormido de Jorge, mientras un grito ensordecedor invadió toda la habitación.

Jorge despertó, transpirando, en su cama del instituto. Se encontraba en el cuarto que acababa de ver en sueños. Con el corazón latiendo con fuerza, observó su entorno. Cecilia ya no estaba. Todas las camas estaban ocupadas por sus compañeros de habitación. Todos profundamente dormidos, con excepción de la mujer en la cama junto a la suya. Lloraba.
Antes de dormirse nuevamente, le pareció ver a alguien más. Alguien encapuchado, debajo de la cama de al lado.

martes, 25 de septiembre de 2012

Instituto mental (Parte 3)

-Creo, doctor, que en las centésimas de segundo previas a un desastre, nuestro cerebro comprende todo acerca de todas las cosas. Y aquel conocimiento se va... simplemente desaparece en el segundo siguiente, reemplazado por la angustia y el dolor.

En el hospital

Jorge hundió la cabeza en sus brazos, dispuestos en forma de almohada, y en esa posición lloró desconsoladamente. El psiquiatra sacó de una carpeta unos papeles y se los acercó a su paciente.

-Quiero que comprenda, señor Taffarelia... Jorge. Quiero que quede claro que este tratamiento es opcional. Quizás sea aun muy pronto para usted.

Jorge levantó la vista. En su mano tenía la foto que le habían alcanzado momentos antes. Cecilia, en la playa. Ella le había dicho que recostarse a mirar el cielo azul despejado era la mejor manera de sentirse vivo. Y que ese momento era simplemente perfecto.

-Quiero hacerlo ahora. Estoy listo, doc.
-Me alegro, Jorge. Necesito que firme estos papeles.
-¿Para qué son?
-Es una confirmación. Básicamente dice que usted se está internando y sometiendo a nuestro tratamiento en forma voluntaria.

Jorge asintió. El doctor se tomó unos instantes para que su paciente leyera el papel, y luego agregó:

-Todos en este lugar están intentando superar una pérdida. Y créame, usted se lo ha tomado demasiado bien.
-¿En qué sentido?
-Bueno... no todos están internados de forma voluntaria. Algunos eligen como método de descarga hacerle daño a otros... o a sí mismos. Esos requieren de un tratamiento prolongado. Algunos incluso, están de forma permanente. Con esto no quiero asustarlo... simplemente quiero que vaya conociendo su entorno. Usted no va a correr ningún peligro, eso se lo puedo asegurar. Pero va a tener algunos horarios en común con personas... un tanto más perturbadas que usted.
-Entiendo.
-Usted decide, Jorge.

Le señalo nuevamente el papel y el bolígrafo junto a él. En la mente de Jorge, el saludo de Cecilia a través del vidrio del bar Richards se repetía una y otra vez. Pero ahora no estaba seguro si se trataba de el planeado reencuentro, o de una despedida.
Se dio un par de golpecitos en la frente con la lapicera, y acto seguido firmó los papeles.

-Bienvenido al Instituto, Jorge.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Instituto mental (Parte 2)

-Imposible que nadie más haya visto semejante pérdida...

4 DÍAS ANTES

-¿No ves que estoy cruzando, animal?
-¡Usá la senda peatonal, estúpido! Las líneas blancas, ¿Las ves?
-Tocás bocina al pedo, ya estaba casi pisando la vereda.

La discusión entre aquel hombre de anteojos y barba oscura, y el hombre mayor de bigote blanco y vestimenta formal eran el centro de atención de toda la avenida a esas horas de la tarde. Nadie pareció notar el charco de nafta que estaba dejando el Citroen azul que acababa de estacionar el hombre más viejo. Sus zapatos recién lustrados estaban pisando una baldosa llena de líquido inflamable proveniente de su propio vehículo, que se encontraba estacionado detrás de él, pegado al cordón de la vereda.
El hombre más joven dentro de aquel fuerte cruce verbal, fue el primero en notar el peligroso desperfecto.

-Tenga cuidado la próxima vez. Le recomiendo a partir de ahora mirar mejor por donde pisa.- Agregó Jorge.
-¿Me está amenazando joven?
-No. Sólo le estoy advirtiendo. Quizás el destino le tenga preparada una mala jugada.
-Ya va a oír hablar de mi. Se lo juro- Exclamó furioso el hombre viejo, y se alejó pisando fuerte.

Jorge, todavía observado por mucha gente en la avenida, se metió al bar Richards. El lugar no era muy grande. Apenas había 4 filas de 4 mesas cada una (un total de 16 mesas). Ricardo, sin proponérselo, le salvó la vida a su cliente.
-¿Qué tal maestro? Tanto tiempo. Venga, siéntese al lado del mostrador, así conversamos.

El dueño del bar le señaló la mesa del fondo a su habitual cliente. Jorge devolvió el saludo y agregó:
-Qué mal humor que tengo. Casi me agarro a las piñas con el tipo ese. Decí que es un viejito de mierda, sino te juro que lo cagaba a piñas.
-No se haga mala sangre, amigo. Muchos se creen los dueños de la calle. La solución es simple: si lo insultan, ignore. Si lo tocan, denuncie.
-Por suerte hoy vuelve mi mujer, de Estados Unidos. Se casó la hermana.- Jorge miró su reloj y agregó- Tiene que estar por llegar.
-Me alegro maestro. ¿Y usted no la acompañó?
-Sinceramente no me gusta viajar.

Jorge se rió. En su bolsillo comenzó a sonar Get Out The Door de Velvet Revolver, y rápidamente contestó su celular.
-Hola
-Hola amor. Ya casi estoy llegando.
-¿Cómo la pasaste?
-Terrible. Mi mamá está insoportable. Y el novio de mi hermana... mmm, ya le veo los cuernos a Marcela desde Buenos Aires.
-Me imagino.
-Ya te voy a contar. Che, estoy parada en la esquina de la avenida, donde hay un quiosco.
-Tenés que cruzar. Ojo que hay un par de locos manejando. Cruzá por la senda.
-Sí, mi amor.

Segundos después, Cecilia saludó a su marido a través del vidrio del bar. Estaba fumando, parada delante del Citroen azul, donde minutos antes Jorge había tenido la discusión con el viejo de bigote.

-Todavía con ese mal hábito- Le dijo Jorge por celular, risueño, mientras la miraba por la ventana.
-Ya lo voy a dejar...

Todo ocurrió en fracciones de segundo. Jorge vio el desastre inminente, en el punto inevitable.

-¡AMOR, NO!

Cecilia tiró su cigarrillo en el suelo embadurnado en nafta. Los vapores del combustible convirtieron la brasa en incendio y explosión.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Instituto mental (Parte 1)


El relato de Jorge

-Creo que cada vez que vuelvo sobre ese momento, mi mente se detiene a ver los detalles con mayor atención. No sabría decir con seguridad si son reales o mi cerebro los inventa, pero por algún motivo los recuerdo… Ni una nube, irónicamente el día más lindo posible para un comienzo de primavera. Una avenida bastante transitada, bocinazos de fondo, alguna que otra sirena de ambulancia. El bar estaba al otro lado de la avenida. “Richards”. Lo atendía su propio dueño, Ricardo. Y su mujer, una joven con los ojos achinados y pelo rojo oscuro. Crucé. En vez de seguir la senda peatonal, quise llegar a la vereda de enfrente por un espacio entre dos autos estacionados. Y ahí, el bocinazo sonó al lado mío. ¿Habrá sido una señal? No solía creer en ese tipo de cosas, pero ahora me carcome la duda. El auto azul venía en reversa, queriendo estacionarse en el espacio por el que estaba pasando yo. No lo vi. Ahora lo veo. Mi cerebro me muestra un panorama más amplio, y puedo ver como la baliza amarilla se acerca cada vez más. 

Jorge Taffarelia se llevó una mano a los ojos y se apretó las sienes con el pulgar y el dedo mayor.

-¿Y entonces?... Tómese su tiempo.

Jorge bebió un sorbo de agua. Luego apoyó el vaso sobre la mesa que lo separaba a él del Doctor Kanemann. Sobre ellos, la única fuente de luz tintineaba y se movía en círculos lentamente.

-Di un salto hacia la vereda, por supuesto. Fue un acto reflejo.

-El informe dice que usted estaba en el bar cuando…

-¡Ya voy a llegar a eso!... Por supuesto que entré al bar, allí habíamos acordado encontrarnos, después de tanto tiempo.

A Jorge se le quebraba la voz, y sus ojos comenzaron a enrojecerse.
-Pero antes tuve una fuerte discusión con el hombre del auto azul. Un viejo, parcialmente calvo. Anteojos, un bigote blanco grueso. Vestía bastante formal. Zapatos negros bien lustrados… Dicen que lo primero que le miran a uno en una entrevista de trabajo, son los zapatos… 

El psiquiatra le acercó una fotografía a Jorge.
-La encontramos con sus objetos personales.

Jorge miró la foto y la apretó suavemente contra su frente.
-Hay tantas cosas que podría haber hecho…

-¿A qué se refiere?

-¿No le parece curioso doctor, cómo una ínfima acción puede alterar un millón de cosas? Creo que no fui el único que vio lo que pasaba con ese auto… pero aún así, soy cómplice de algo horrible, por elegir la peor de las opciones. 

-¿El silencio?

-¡Exacto doctor! El silencio siempre influye negativamente en acciones posteriores. Y así es cómo funciona el mundo… los fuertes se sostienen en el poder ante la mirada impotente de los silenciosos.

-¿No le parece que se está yendo por las ramas?

-Todo tiene que ver con todo.

-En fin. Se quedó en la parte de los zapatos.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Segmento Frase de Miercoles 3

Después de una semana de pura ficción, volvemos a la realidad. O a la seudorealidad contaminada por aquellos que creen vivir en un cuento de hadas y hacen su propia distinción de "bien" y "mal" sin hacer uso de la razón. 
El otro día navegando por las redes sociales me encontré con otra foto de las que encajan en la categoría de "falsa motivadora". No se ni por donde empezar a criticarla.


Evidentemente el creador de esta imagen venía llorando de emoción con todas estas fotitos, y decidió crear la suya propia. Debe haber estado estrujándose el cerebro durante horas, y al descubrir que su creatividad estaba bloqueada por su estupidez, decidió poner cualquier cosa.
¿Me están queriendo decir que enamorarse equivale a morir instantáneamente luego de chocar estrepitosamente contra el suelo empujado por la fuerza de la gravedad? ¿O que el corazón es la fuente de la estupidez que tienen? no entiendo... Y el cerebro simplemente dice "no es una buena idea". Así como "no es una buena idea" pegarse un tiro, serrucharse los huevos con un cutter, tirarse a las vías del subte cuando ves las luces en el tunel. Tampoco son buenas ideas.

Les juro que me causó mucha gracia cuando la vi.

En fin, trataré de seguir publicando todos los miércoles. Saludos y bienvenidos nuevamente al mundo real.  

lunes, 3 de septiembre de 2012

El sendero de las rejas (Parte 5)


Gabriel se guió por la luz del patrullero para encontrar la salida. Miró al piso y notó que el suelo de ladrillo se movía bajo sus pies. Se mareó y decidió detenerse por un momento. Su celular volvió a sonar. Otro mensaje: otra foto.
El piso del pasillo por el que acababa de salir. Y la cara ensangrentada de Laura reflejada en un charco de agua.

Intentó correr, pero el movimiento bajo sus pies lo mareaba. Se sentía como si lo hubiesen drogado. Todo pasaba en cámara lenta, como en una pesadilla en la que todo movimiento de escapatoria es lento e inservible. 
Ahora Laura iba a llegar y le iba a causar una muerte lenta y dolorosa. Estaba convencido de ello. Gabriel se arrodilló y habló en voz alta.

-Lo que sea que vaya a pasarme ahora, me lo merezco. La nena tenía razón. Papá es malo. Fui una mala compañía, un padre ausente. Te abandoné cuando más me necesitabas, Laura. Me apuré a tomar una decisión… y me arrepiento. Estoy dispuesto a aceptar las consecuencias.

Desde la calle, se escuchó una nueva sirena. Y una luz blanca y roja parpadeante iluminó todo el entorno. 
Gabriel se puso de pie nuevamente. El piso ya no se movía bajo sus pies. Caminó en busca del origen de aquellas luces. Logró llegar a las rejas. Un coche de policía y una ambulancia estaban estacionados en medio de la calle. 

Lucía estaba abrazada a una mujer mayor.
-¿Dónde estabas querida?
-Con mamá…

La madre de Laura lloró mientras abrazaba a su nieta. Una voz sonó dentro de la cabeza de Gabriel.
-Quería que la conocieras…
Alguien lo abrazó por la espalda, y Gabriel se dio vuelta, sobresaltado. Laura, tan bella como la había conocido. Le sonreía.
Afuera, dos policías forenses se estaban llevando un cadáver en una camilla. De la sábana que lo cubría, sobresalía un brazo. Tenía puesto un reloj plateado, con una “G” dorada en la malla.
-Lo atropelló un camión, mientras hacía un paseo nocturno en bicicleta. 

Gabriel miró la secuencia sin sorprenderse. Afuera, Lucía saludó a sus padres agitando su mano.  
-Es hermosa.

FIN

domingo, 2 de septiembre de 2012

El sendero de las rejas (Parte 4)


No tuvo tiempo de reacción. El pitido volvió a sonar en su cabeza, y Gabriel cayó de rodillas en el piso del cementerio. Levantó la vista. Lucia tenía cuerpo de nena, pero la cara era la de la aterradora criatura, con golpes y heridas sangrantes. Pero esta vez había algo diferente… Más humano, detrás de aquellos cortes y moretones. Y más que miedo, sintió tristeza.
De pronto, una luz blanca cubrió todo su entorno. Y el cementerio desapareció.
Se encontraba en una casa que le resultaba conocida. No era la suya, ni la de sus padres. Una puerta se abrió, y le sorprendió verse a si mismo saliendo por ella. Una versión más joven de Gabriel Blucker. Y junto a él, una joven muy atractiva.
-¡Laura!
No lo oían, por supuesto. Ni su versión más joven, ni la de su ex. Estaba dentro de un flashback. Y él recordaba muy bien ese día. 
-La cuestión es que voy a agarrar ese laburo. Es una posibilidad única.- Le comentó el joven Gabriel a Laura.
-No entiendo. ¿Vas a desconectarte de todo e irte a la loma del culo? ¿Así sin pensarlo?    
-¿Te creés que no lo pensé? Analicé pros y contras desde todos los puntos posibles. Y mis viejos están de acuerdo.
-Sabés perfectamente que no me puedo ir, Gabriel. Tengo a mi viejo internado. Tengo la facultad, el trabajo. ¿Toda una vida que se me va a ir a la mierda porque a vos te pinta ir a vivir a la otra punta del planeta? No, no pienso seguirte.
-Y no te estoy pidiendo que lo hagas…
-¿Y entonces? ¿Vamos a mantener una relación a distancia?
Gabriel juntó las palmas de sus manos y miro al piso, sin poder decir palabra.
-¿Me vas a dejar?- Preguntó Laura –¿Por unos pesitos de mierda, me vas a dejar?
El “viejo” Gabriel recitó la respuesta de memoria, junto a su par más joven.
-No es un simple sueldito. Es la posibilidad de asegurarme de por vida. Allá pagan fortunas por alguien que enseñe la asignatura que doy. Y a mi corta edad… todo suma.
Laura miró al piso. Se esforzaba por no llorar.
El joven Gabriel intentó abrazarla, pero ella lo apartó.
-Perdoname Laura. Yo se que vas a encontrar a alguien mejor que yo. 
Dicho esto, se dirigió hacia la puerta de calle.
-Estoy embarazada
El joven Gabriel se frenó en seco. El viejo Gabriel se tomó la cabeza.
-Es mentira eso, Laura. No hace falta que tires ese manotazo.
-Te estoy hablando en serio. Me hubiese gustado decírtelo en otras circunstancias… pero no me queda otra.
Gabriel negó con la cabeza. 
-Sinceramente me da lástima que tengas que recurrir a este tipo de mentiras. Chau Laura. Lamento que todo haya terminado así.
Dicho esto salió a la calle, saludando a Laura por última vez en su vida.
Una luz blanca cubrió todo otra vez, y el escenario cambio.
Reapareció en una calle cercana a la casa en donde estaba antes. Delante de él, Laura caminaba tomando de la mano a la pequeña Lucía. La nena tenía el uniforme del jardín de infantes, y la mochila en su espalda. A Laura se la notaba triste. 
-¿A dónde se fue el abuelo mami?
Laura giró lentamente la cabeza hacia su hija.
-No lo se, amor.
-Me dijo la buela que se fue al cielo. Y que nos va a ver siempre.
-La abuela necesita creer que es así. Pero nadie realmente lo sabe. 
-¡GATITO!
Un gato con una pelota de colores se metió por un pasaje, y Lucía lo siguió. Laura dejó que su hija se divierta persiguiendo al animal.
-¡No te alejes mucho amor!
La advertencia no sirvió de nada. Detrás de una columna salió un joven, desdentado, vestido con ropa rota y sucia. Tenía una navaja en la mano y capturó a la pequeña Lucía sin problemas.
-Hola ¿Cómo te llamás neni? 
-Lucía
-¡SACALE LAS MANOS DE ENCIMA!
-¿Eh? Hablame bien. Tengo nombre yo.
-Perdón. No se como te llamás, ni me importa. Solamente quiero que sueltes a mi hija y nos dejes ir.
Laura se acercó lentamente, hasta quedar delante del joven.
-Por qué? 
Laura sacó la billetera de su cartera.
--Tomá. Eso es todo lo que tengo ¿Nos podes dejar ir?
Tiró la billetera al piso, detrás de aquel hombre. En cuanto se agachó a agarrarla, Laura lo empujó con todas sus fuerzas.
-¡Corré Lucia! ¡Vamonos!
La nena obedeció y corrió saliendo de aquel pasaje. El joven se levantó rápidamente y tacleó a Laura, haciéndola caer al piso.
-¡Mamá!
-¡CORRÉ AMOR! ¡NO PARES!
Y en el forcejeo, Laura recibió el primer navajazo en la pierna.
-¡AAAAHH! 
Laura sintió su propia sangre saliendo a través de la media. El dolor era insoportable.
-¿Así que me empujás? ¿Empujas a los hombres a la cama con esa fuerza? Me excita, me calienta mucho.
Dicho esto, comenzó a bajarle los pantalones a la fuerza.
Gabriel no soportaba seguir viendo esa escena. Pero, por más que cerraba los ojos, esta seguía reproduciéndose en su mente.

-¿Donde está papi? ¿Eh? ¿Donde está que no viene a buscar a la nena?
Con cada palabra, el joven desdentado tironeaba con mayor fuerza el pelo de Laura.

-Shhhh, no llorés más. NO LLORES MÁS DIJE.
El hombre usó la navaja otra vez, en esta ocasión sobre el rostro de Laura.
-¡AAAHHHH!  
El corte en la mejilla sangraba.  

-Hija de puta, no paraste de llorar nunca.
Dicho esto, dio vuelta a su victima y comenzó a golpearla y a tajearla cruelmente.
Gabriel lloró desconsoladamente, con una mezcla de rabia y tristeza. Con aquel monstruo, consigo mismo, con el mundo. “¿Así que papi no vino?” No, papi estaba llenándose los bolsillos mientras mami redoblaba su esfuerzo. Y protegía a la criatura con su propia vida.
Todo se puso blanco otra vez, y luego… oscuridad. 
Se encontraba otra vez delante de la tumba de Laura. Lucía ya no estaba. A lo lejos había una luz azul parpadeante, y la inconfundible sirena de un patrullero. 


sábado, 1 de septiembre de 2012

El sendero de las rejas (Parte 3)


La oscuridad del cementerio era total. No podía ver a más de un metro de distancia, y no estaba seguro de querer hacerlo.

Se le ocurrió que podía usar su celular a modo de linterna. Lo sacó de su bolsillo y, muy nervioso, encendió la pantalla. Estaba en un camino de ladrillo, que más adelante zigzagueaba y se perdía de vista. A ambos lados había filas de tumbas. Las más cercanas eran las más antiguas, y más al fondo aparecían las más recientes.

Tratando de no elevar demasiado la voz, pronunció el nombre de Lucia. No hubo respuesta. Comenzó a caminar por el piso de ladrillo, con el celular delante de él como única fuente de iluminación. Y el teléfono comenzó a sonar y vibrar…

El susto hizo que se le cayera el aparato de las manos. Se agachó a recogerlo… y sintió que algo se movió muy rápidamente detrás de él. Se dio vuelta otra vez con el celular en la mano, pero no había nadie.
Afortunadamente el celular no parecía dañado con la caída y tampoco se había apagado. Tenía un mensaje nuevo: una foto de una tumba. No se alcanzaba a ver la cripta con el nombre y la fecha, pero se podía notar que la tumba no tenía más de un año de antigüedad.

Siguió caminando, y oyó un grito a lo lejos.
-…Mami…

Corrió hacia el lugar de donde provenía el sonido. En diagonal hacia la derecha, más al fondo. La nena volvió a gritar y esta vez lo oyó muy cerca.
-¡MAMÁ!

Giró por un nuevo pasillo. Y allí estaba… al fondo. De perfil, mirando hacia una de las tumbas. Sus ojos no apuntaban al piso, sino más arriba. Como si estuviese conversando con alguien.
Lentamente caminó hacia ella, con el celular/linterna en alto.
Se acercó más… ya estaba junto a ella.
-Hey… ¡Lucía!
-Ya estuve acá. Con la buela. El día que se fue mamá. La buela estaba triste. Pero mamá volvió. Y la quiero llevar con la buela.

Gabriel recordó un consejo de un amigo de su infancia: “Decile SE MURIÓ. Nunca le digas a un chico que un pariente SE FUE, porque va a esperar que vuelva.”

De repente sintió lástima por la nena. Se arrodilló y la abrazó. Con Lucía aún en brazos, miró la tumba que estaba delante de ellos. Mármol blanco, inscripción dorada. La tumba de la foto… Miró el nombre y la fecha de defunción, y allí fue cuando comprendió todo.

La nena que tenía en brazos, le habló al oído con voz de mujer adulta.
-Hola Gabriel. Tanto tiempo…