sábado, 21 de marzo de 2015

Promesas Rotas

(Esto partió de una consigna de hacer un escrito de 1000 palabras, dentro de las cuales había que incluír bar, capital, fax universidad.


                                      Promesas Rotas

Se encontraba en un bar a metros del colegio. Eso fue el primer indicio de que algo no andaba bien, puesto que él tenía edad de alumno de universidad ¿Estaría metido en algún sueño? ¿Una alucinación quizás?

-Quizás estoy mezclando…

Un alarido de mujer invadió toda la sala y allí fue cuando tomó conciencia de su entorno. El piso de la confitería tenía, por lo menos, ocho cadáveres esparcidos por el suelo. Sintió un ardor en la mano. Notó que tenía un corte profundo en la palma derecha.
Uno de los ocho cuerpos se movió y el alarido se transformó lentamente en llanto. La mujer se arrastró dejando un charco de sangre a su paso. Antes de que pudiera acercarse, sintió un golpe en la nuca y cayó de rodillas…

Marcelo se despertó en un frío banco de piedra, e instintivamente se miró la mano. El tajo ya no estaba, por supuesto. Una tenue luz entraba por una ventana con barrotes encastrada en la pared de ladrillo. La puerta de hierro ubicada en la otra punta de la habitación, parecía ser la única salida.

-¿Dónde estoy?

La puerta de hierro se abrió, y una figura encapuchada arrastró a Marcelo hacia la salida sin decir palabra.

-¡EY! ¡SUÉLTEME! ¿QUÉ ALGUIEN ME DIGA DONDE CARAJO ESTOY?

Marcelo forcejeó, pero aquel hombre, cuyas manos estaban frías como el hielo, tenía una fuerza descomunal.
Llegaron hasta un pasillo, en donde había varios escritorios separados por vidrios gruesos. En la última mesa un hombre canoso con bigote desprolijo, esperaba sentado con la mirada perdida.

-Papá

El hombre no saludó ni levantó la vista. El encapuchado soltó a Marcelo sobre una silla, frente al hombre de pelo blanco. Marcelo se paró por un instante para protestar, pero las manos frías del guardia volvieron a empujarlo a su asiento.

El hombre viejo dirigió su mirada hacia el encapuchado.

-¿Nos puede dejar solos por un momento?

El encapuchado negó con la cabeza sin emitir sonido.
Se escuchó el ruido de un fax e instantes después, un segundo guardia con capucha entró por el pasillo con un papel en la mano. Sin decir palabra, se lo alcanzó al hombre canoso y se quedó parado detrás de Marcelo.

-Papá ¿Me podés explicar qué está pasando? ¿Dónde estamos?

Los ojos llorosos del hombre canoso se encontraron con los de Marcelo por unos instantes. Y rápidamente bajaron hacia el papel.

-P…pro..prometí

El anciano bajó el papel con un dejo de bronca y negó con la cabeza

-No puedo.

-Papá, soy yo. ¿Qué es lo que no podés?

Uno de los encapuchados le habló al oído al hombre mayor. Entre los susurros, Marcelo alcanzó a escuchar la palabra “responsabilidad”.

-¡YA SE! ¡YA LO SE! Perdónenme, pero simplemente no lo voy a poder hacer.

El anciano escondió la cara en sus manos por unos instantes. Uno de los encapuchados le alcanzó una segunda hoja. El anciano la leyó y, tras unos segundos de titubeo, la firmó.

Marcelo se puso de pie, furioso por no entender la situación, pero esta vez ningún encapuchado lo detuvo. Su padre le dirigió la palabra por primera vez en la tarde.

-Marcelo, ya nos podemos ir.

-¿Dónde estamos?

-Te explico en el camino, vení.

Uno de los guardias los guió por un oscuro pasillo hasta la salida. Ya desde afuera, Marcelo observó por unos instantes la fachada del edificio que acababan de abandonar.

-Es muy chico para ser una cárcel.

El anciano abrió las puertas de su auto, ambos subieron y arrancaron por una calle angosta.

-¿Por qué te parece que es una cárcel?

-Yo estuve preso un tiempo, pa. ¿No te acordás?

-Sí, me acuerdo, Marcelo. Pero eso es tiempo pasado. ¿Qué más te acordás?

Marcelo, algo confundido con la pregunta, se tomó unos segundos para responder.

-No me acuerdo de nada.

-Hace memoria…

Se encontraba de rodillas y dos policías lo estaban esposando. El alarido persistía. La mano le ardía cada vez más… Pero los tímpanos le iban a explotar si Juli no se callaba.

-¡Juli!

El anciano no respondió ni sacó su mirada de la ruta. Pero algo en su rostro había cambiado.

-¡Juli!- Insistió Marcelo. -¿Dónde está?

-Julieta está con su abuela, en Capital. Fuera de peligro, si es eso lo que te interesa saber.

-¡La quiero ver! Vamos para allá, por favor.

El hombre mayor negó con la cabeza, sin desviar su mirada del parabrisas.

-Papá. ¿Qué decía el papel que te dieron?

El viejo apretó el volante con una mezcla de temor y enojo. Ante el silencio del anciano, Marcelo insistió.

-Soy tu hijo, tengo derecho a saber.

El coche se detuvo en seco y, más decidido que nunca, el hombre canoso sacó el papel del bolsillo.

-Vos no sos mi hijo. Leé, por favor.

Marcelo, atónito con la respuesta, tomó la hoja entre sus manos. Tenía un sello de “La morgue de las promesas rotas”. Antes de poder comenzar a leer, Marcelo sintió un fuerte mareo. Y de pronto recordó…

Se encontraba en el suelo, agarrando los fríos barrotes de su celda. Afuera había gente corriendo, pero todo se escuchaba muy lejano. Tenía una hemorragia incontrolable producto de una puñalada en su tórax. Pensó que, antes de la masacre en el bar, él era un ávido lector. Y que, en una ocasión, leyó que el cerebro tardaba ocho minutos en morir, luego de que la respiración cesaba.

-Prometiste…

-…sacarme.

-Sí. Prometí sacarte.

La respiración de Marcelo cesó de inmediato, y su cabeza chocó contra la ventana del auto.

-Perdoname Marcelo…

El anciano recorrió cinco cuadras y se detuvo delante de las puertas del cementerio. Cargó aquello que aparentaba ser su hijo hasta el hall de entrada, donde un enterrador lo recibió sin siquiera sorprenderse.

-¿En qué lo puedo ayudar, señor?

El papá de Marcelo dejó escapar unas lágrimas y, con una voz ronca y quebradiza, soltó las palabras más sinceras de su vida.

-Vengo a enterrar una promesa