viernes, 31 de agosto de 2012

El sendero de las rejas (Parte 2)


 Estaba demasiado oscuro como para distinguir algo detrás de las rejas del cementerio. Pero Gabriel estaba seguro de que alguien los observaba. Lentamente comenzó a cruzar.

-¡MAMÁ!

El grito de Lucía hizo que Gabriel se sobresaltara. Se dio vuelta y se llevó un dedo a los labios indicando silencio.

-Volvé adentro con tu abuela, es peligroso estar acá.

Lucia se limitó a cruzarse de brazos y quedarse parada en donde estaba. Aquel desconocido no era quién para darle órdenes.

Gabriel volvió a mirar hacia la reja del cementerio, pero ya no había nadie. Se acercó más. Ya casi estaba en la vereda del cementerio, cuando un pitido ensordecedor lo hizo ponerse de rodillas y tomarse la cabeza. Se frotó las orejas y miró al suelo. Comenzó a ver puntos negros. Y el pitido no cesaba. Sintió humedad en uno de sus oídos. Sangre.

-¡Aaaaahh!

Miro nuevamente hacia la reja, y allí estaba. El rostro ensangrentado que lo había atormentado en sus peores pesadillas. El motivo por el cual temía regresar a su antiguo hogar. Allí estaba, a tan solo 3 metros de distancia, separados por una reja metálica. Una mano putrefacta se agarró de dicha reja, y comenzó a moverla con una fuerza descomunal. Un gruñido grave salía del fondo de la garganta de la criatura. Los ojos, blancos con un iris azulado casi transparente, miraban fijamente a Gabriel con profundo odio. Y el pitido se detuvo…

Gabriel se acostó en el suelo por unos segundos. Jadeando, y con la mirada borrosa, alcanzó a ver como Lucía se metía al cementerio por un hueco en la pared.

-No es mi responsabilidad- Se dijo Gabriel a sí mismo. - Ahora vas a levantarte, y salir corriendo. Olvidate de la nena, de la bici, de todo. Corré y no mires para atrás.

Sin embargo se levanto y cruzó hacia la casa donde se suponía que vivía aquella nena. Tocó la puerta en busca de su abuela, o alguien a quien pudiese alertar. Tocó puerta, timbre, pero no hubo respuesta. Las ventanas tenían las persianas bajas y era imposible saber si realmente había alguien allí dentro.

Se dio vuelta. El brillo metálico de las rejas del cementerio cercaban un lugar claramente no apto para niños.
No iba a dejar a la pequeña Lucía sola, con esa cosa violenta que había visto, sea lo que fuere.

Cruzó la calle. Rápidamente se dio cuenta que no iba a caber en el hueco que había utilizado la niña. Luego analizó la posibilidad de treparse. La reja tenía puntas muy filosas arriba. Un resbalón y podía tranquilamente perforarse un testículo.

Caminó unos metros más y encontró la manera. Había dos rejas que parecían haber sido separadas a la fuerza. Alguien, o algo con suficiente fuerza, se las había ingeniado para entrar (o salir) por ese espacio.

-Alguien me está esperando ahí dentro…- Fue el pensamiento de Gabriel antes de entrar por las rejas separadas.  

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