lunes, 8 de octubre de 2012

Instituto mental (Parte 8)

El archivo de Carboni (Hace un año)

Me llamo Ezequiel Carboni, tengo 28 años. En algún momento de mi vida fui policía. Luego fui preso. Y ahora, estoy en un loquero. Cuando ingresé a la fuerza, conocía perfectamente los riesgos que asumía contra mi propio físico. Me gustaba saberlo, era parte de la diversión ante el peligro. El riesgo, la adrenalina, todo era parte de algo que yo estaba dispuesto a aceptar en pos de colaborar para una ciudad más segura. Ernesto Jennings fue mi compañero de patrullero durante gran parte de mi estadía en la fuerza. Bah, compañero... fue como un maestro para mi. Él luego se volvió detective de homicidios. Él era el intelectual, yo era más de irme a los tiros.

Como dije antes, sabía los riesgos para mi mismo, pero nunca llegué a comprender la parte de "riesgo para los demás". Y los había... es algo que comprendo ahora, cuando ya es demasiado tarde. 
El 26 de junio de 2008, un operativo común... pero de esos "comunes" que guardan una sorpresa desagradable en su interior. En sí, era un asalto con toma de rehenes en un boliche. Falló el cacheo, y un chico entró con un arma. Sumale el alcohol y andá a saber que otra sustancia tenía encima... la cosa se puso fea. Uno de los pibes de la barra, llamado Luciano Grutas fue quien nos llamó a escondidas. No me voy a olvidar nunca más ese nombre.

Fuimos 3 patrulleros, un total de 6 policías, entre los que estaba yo. En general, un pibe solo que se ve acorralado, se entrega. Pero éste estaba convencido que iba a poder llevarse toda la recaudación de la caja del boliche, matarnos a los 6 y escaparse. Y comenzó el tiroteo... Cabe aclarar que, salvo nosotros y el pibe del arma, estaban todos tirados en el suelo, con las manos sobre la cabeza. El pibe estaba detrás de la barra, y cada tanto se asomaba y disparaba. Uno de los que entró conmigo al boliche, recibió el primer impacto. Nada grave, el chaleco antibalas absorbió la bala, pero aún así mi compañero cayó para atrás. Me di vuelta un segundo, para comprobar su estado. 

Cuando miré para adelante, mis reflejos se activaron al ver a alguien de pie y disparé... una centésima de segundo después me di cuenta que no era el asaltante. Y un segundo después, mi vida cambió para siempre. La bala rebotó en el cuello de Luciano Grutas, el chico de la barra... el que solicitó nuestra ayuda. En un inocente.

En ese momento no me importó que el tiroteo seguía, me levanté y corrí hacia la barra. El asaltante salió y yo le disparé en la mano, terminando así con el problema más pequeño de los que tenía en ese momento. Lo vi a Luciano tirado en el suelo. Perdía sangre por la boca y por la herida en el cuello. Tenía los ojos muy abiertos. Las pupilas verdes dilatadas. Lloré y le pedí perdón. Con sus últimas fuerzas levantó su mano y agarró mi brazo derecho. Me dijo "quedate... quedate conmigo". Murió a los pocos segundos, y creo que algo de mi se murió con él. 

Jennings movió contactos para que me consiguieran el mejor abogado. No le pedí que lo hiciera... pero así fue: me dieron sólo 1 año y medio por homicidio culposo. Salí un tiempo antes por libertad condicional. Y hace un tiempo la brigada firmó los papeles para ingresarme acá y terminar de superar el trauma. 

Creo que la familia de Luciano Grutas me quiere muerto. Créanme, yo también.

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